Cuídate mucho, por ti y, con suerte, por alguien más.
Es la petición que te haría desde ahora, ya que, si algún día quisieras hacerte donante de médula, como hice yo, tendrás lo único necesario para ayudar a salvar la vida a otra persona, algo que solo podrás hacer tú.
Me hice donante de médula porque me dolió muchísimo, hace unos años, recibir la noticia de que un compañerito de uno de mis hijos dejaba de asistir a clase porque tenía «una batalla que librar». La única manera de equilibrar aquel sentimiento era, como mucho, apuntarme como donante de médula a través de la Fundación Josep Carreras.
Me llamaron una vez, ilusión desbordante…, pero se desvaneció pronto. Había varios potenciales donantes, de entre los cuales yo no era el más idóneo. «Puede que no te llamemos después de hoy, que esta sea la última vez que sepas de este proceso. No te desanimes, las probabilidades son siempre muy bajas y ya has hecho más que suficiente. Mucha suerte y gracias por ofrecerte».
Efectivamente, no me llamaron más… para ese proceso.
En la primavera de 2021 volvieron a contactar conmigo. Misma analítica, mismo mensaje de trámite, de agradecimiento y despedida simultáneos, pero esa vez fue distinta: «¿Puedes venir de nuevo? hacen falta unas pruebas adicionales para terminar de afinar la idoneidad». Y varios días después, la llamada vino directamente de la Fundación.
Me había tocado la improbable lotería de tener la oportunidad de ayudar a salvar la vida a alguien a quien no conoceré nunca, pero cuya existencia es tan real como la mía, su genética muy parecida, y su suerte (desde ese día), infinitamente mejor, solo porque alguien tan anodino como yo tomó una decisión altruista y desinteresada años antes, sin saber lo determinantes que serían las consecuencias.
Es lo que hace la Fundación Josep Carreras: envía esas propuestas de vida, esas semillas de oportunidad, esos mensajes de esperanza por todo el mundo, y escuchan: esperando a que alguien con una terrible necesidad alce su voz y los recoja, para contar al menos con una oportunidad de salir adelante.
Fueron muchísimos los sentimientos mientras preparaba mimosamente mi cuerpo el mes previo a la donación (fabricando células de sobra para donar), los viajes hasta el hospital donde la realicé, aquella frase del equipo de enfermería «tu traje de superhéroe te espera en el cielo», las deseadas molestias en los huesos que indicaban que estaban trabajando a pleno rendimiento para donar, las lágrimas del equipo médico (¡y las mías!) al ver mi sangre avanzando, lentamente, hacia la máquina que obraría el pequeño milagro técnico de retirar mis células sobrantes y almacenarlas cuidadosamente para viajar hasta un lugar desconocido, tumbado cómodamente durante las cuatro horas más significativas de ese año.
El sentimiento más intenso fue el de lo imprevisiblemente importante en que puedes convertirte: no por ti, no para ti, sino para otra persona a la que la vida le ha propinado un duro revés. Que no vas a recibir un «gracias» de ella, pero sabes con toda seguridad que esa anónima persona las ha gritado al viento, que probablemente rodeó con mil colores el día de mi donación en su calendario, que puede que ella celebre ese día (lo espero desde lo más profundo de mi alma) como un nuevo cumpleaños. Es difícil de expresar: solo firmé unos papeles, me apunté en una lista, me olvidé (dos veces) con el tiempo, recibí una llamada: «hey, puedes salvar una vida. No sabes quién es esa persona, pero es igualita a ti y te necesita muchísimo».
No todos los años he tenido la oportunidad de ayudar a salvar una vida. Así que el 2021 fue, solo por eso, sencillamente redondo.
Si tienes oportunidad, hazte donante de médula, y lo dicho: cuídate mucho, por ti y, con suerte, por alguien más.